Alguien ha donado sangre en un domingo 01 de agosto a las 9:03 de la mañana. No me importa quien eres tú, pienso maravillada por la magia de una bolsa de sangre A- colgada de la cama y firmemente posicionada en las venas de mi mamá. Solo pienso que debes ser un ser humano excepcional, quien se acordaría de donar sangre en vacaciones, justamente cuando las campañas nos recuerdan las exiguas existencias en los bancos de sangre del país. Yo que siempre he donado, nunca lo había necesitado y te agradezco de corazón, tu generosidad ha sacado mi amor adelante, oxigenando tejidos y llenando de cordura mi susto y mi vida.
El Banc de Sang i Teixits del Clínic es un espacio que vale la pena conocer. Un cálido oasis de buena voluntad y optimismo, la cara visible y pública de la trastienda donde se mueve el equipo multidisciplinar de profesionales de la salud dedicados a trabajar la bolsita de sangre roja y caliente recogida en un dado momento hasta que llegue al usuario final. De la ruta que hace la buena de la bolsa se sabe poco, pero se puede imaginar las innúmeras validaciones clínicas a que es sometida hasta las que se hacen justo delante del paciente, como las de comprobación cruzada de la tipología de la sangre antes de su administración. Con la sangre no se juega.
El pasado viernes el ambiente era como el de siempre, distendido y amable. Mamá me acompañó atenta a los procedimientos y mimada por todas las enfermeras. Me sorprendí como siempre con la rapidez con que mi cuerpo puede llenar una bolsa de 450 ml de sangre. Un prodigio. Las fotos y los hashtags son obligados, las redes sociales también se nutren de eventos amables y hay que motivar la comunidad. El más bonito y extraordinario es que la sangre es roja por igual. Estábamos blancos, negros y amarillos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes. Gente que vista por la calle es solo un ser humano más. Un gran ser humano. Y es justamente ese el gran atractivo de la donación.